viernes, 25 de abril de 2008

Mis dedos inquietos empezaron a tipear...

Blanco en el cielo, ondeante extensión de la mano que lo retiene, el pañuelo forcejea con el viento como aliado, tira, empuja, hasta liberarse de la opresión de los dedos y volar, volar en círculos y saltos mortales, montado en la brisa que se arremolina, lo cierra, lo abre, lo empuja a explorar la maravillosa vista aérea de la tierra.

Allí debajo de su planeo, la ciudad comienza a llenar el horizonte de caras, de expresiones, de sonidos tenues y aturdidores en clave de desesperanza y agitación.

Sorprendiendo a sus ojos de lino, la mano corre tras él para recuperarlo, pero es tarde, es lejos, es ausencia de estar que ya olvidó el calor de la sangre y solo siente, solo disfruta, el vacío a su alrededor.

Es costumbre de plieges que ya no existen pero marcan su superficie, astuta paradoja que lo ayuda a desplegar alas y flotar, flotar, medio dormido y medio despierto, entre tanto caos y desgano, buscando la próxima corriente que despeje sus migajas y basuras, y descubra su color original.

Es solo un pedazo de tela que supo ser más, ser algo definido y con uso y abuso; que descubrió una libertad que olvidó tener entre las ataduras de sus costuras de algodón... para simplemente ser, y buscar un lugar cálido donde aterrizar.

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